J. A. Monroy
También de pan vive el hombre
El presente escrito es la continuación de mi artículo de la semana anterior, sobre mi último viaje a Cuba.
NO SÓLO DE PAN, PERO TAMBIÉN DE PAN Por aquellos tiempos de mi conversión del ateísmo a la fe cristiana yo no había leído teología alguna, tampoco lo que daría en llamarse “teología de la liberación”. Pero una vez inmerso en la lectura de la Biblia llegué a comprender que si la persona no vive sólo de pan, como afirmó Jesucristo, tampoco vive sólo de sermones angelicales. No sólo de pan, pero también de pan. No sólo de Biblia, pero también de Biblia. Preparar las almas para el cielo mediante el Nuevo Nacimiento debe ser una prioridad para el cristiano, pero otra prioridad paralela, no menor, debe consistir en aliviar la pobreza y el sufrimiento, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y acudir en ayuda de los damnificados por las fuerzas de la Naturaleza. Esto lo aprendí del Nuevo Testamento y lo practiqué, en lo que podía, durante mis primeros años de ministerio en Canarias y en Tánger. A un necesitado del Valle de La Orotava, en la isla de Tenerife, le dí mi abrigo, el que me resguardaba del frío de aquellos picos. Otra vez, predicando en Tánger, me despojé en el púlpito de la chaqueta que cubría la camisa y la entregué a quien la necesitaba más que yo. De ambos hechos, y de otros, quedan por ahí testigos. Una vez instalado en Madrid y con más recursos económicos, proseguí esta labor conforme me lo permitían mis escasas fuerzas, uniendo a lo mío donativos de otros cristianos que pensaban y piensan igual que yo. Casi me he convertido en un especialista en situaciones de desastre. En diciembre de 1972 un terremoto asoló Managua, capital de Nicaragua, dejando 18.000 muertos, 50.000 heridos y 250.000 personas sin hogar. Allá fui yo. Llevé víveres, medicinas, ropa, dinero, durante 12 días estuve recorriendo lugares, distribuyendo todo eso e impartiendo palabras bíblicas de consuelo a las familias. Cuando años después el terremoto ocurrió en San Salvador, repetí la misma acción. Allí fue más duro. Ayudé a desenterrar cadáveres del Edificio Rubén Darío, reducido a escombros. Cuando el huracán Mitch arrasó cuatro países de América Central pude recaudar dos millones de aquellas pesetas en España y las distribuí entre El Salvador, Nicaragua, Honduras y Guatemala. A El Salvador he acudido tres veces en situaciones de emergencia. Una de ellas compré allí mismo material para construir once casas y entregarlas a personas que habían quedado en la calle. Con dinero, tiempo y energías volé a Venezuela cuando las lluvias torrenciales invadieron zonas del país. En aquella ocasión recorrí 4.000 kilómetros dando ayuda material y espiritual. Estuve en la capital mejicana cuando la tierra tembló y temblaban también quienes lo habían perdido todo. Llegué a Chiapas al tener noticia de los grandes daños causados por las fuertes lluvias en pueblos aislados. Ayudado por jóvenes cristianos voluntarios cargué en Tuxla Gutiérrez tres camiones con bolsas de víveres y recorrí los pueblos distribuyéndolas. En Sri Lanka me dejé el alma y parte de la piel. Un hermano de La Línea, David Amoedo, y yo fuimos al país asiático cuando el tsunami mató a 300.000 personas. Hicimos lo que yo sabía hacer: Ni un céntimo a nadie. Preparamos bolsas con comida y medicinas, compradas allí mismo, fletamos camiones, fuimos a campos de internamiento, a escuelas, a barriadas, distribuyendo nosotros mismos el socorro. Después de este viaje yo fui solo otras dos veces. Aún envío dinero a un orfanato de niñas en Colombo, la capital. Podría seguir contando casos y cosas. Pero creo que es suficiente. AHORA, EN CUBA Acabo de realizar un trabajo idéntico en Cuba. Como ya lo he explicado, llegué con poco dinero, 9.000 euros. Parte lo entregué al Consejo de Iglesias de Cuba. El resto lo invertí en ayuda directa. Acompañado por el médico cristiano Roberto Flores y otros voluntarios visitamos a familias damnificadas, entregamos bolsas con víveres y pequeñas cantidades en metálico. En una de estas visitas, en San Andrés, allá arriba de la montaña, un día de intensa lluvia agarré un resfriado que me duró días. No sólo de pan vive el hombre, pero también de pan. No sólo de Biblia, pero también de Biblia. Con la única excepción de Sri Lanka, absolutamente en todos los países de América Latina a los que he acudido con ayuda material, he pedido a los líderes cristianos que organizaran reuniones de evangelización en lugares de culto o en salas y teatros alquilados. Este viaje, en Cuba, también se hizo. Prediqué en Matanzas, en Habana, en Bella Vista. Hubo conversiones a Cristo y cristianos fortalecidos en la fe. Los daños causados por los huracanes entre la población de la isla y en el pueblo evangélico en particular, tardarán mucho tiempo en ser reparados. Cuando ocurren catástrofes como esta la ayuda inmediata llega, pero al paso del tiempo el tema se olvida. Las necesidades, sin embargo, permanecen. Iré nuevamente a Cuba hacia finales de este mes de octubre y llevaré todo el dinero que haya podido recaudar. Lo dedicaremos principalmente, no únicamente, a la reparación de casas particulares y de lugares de culto. Desde aquí le pido que colabore. Lo que usted da lo invierte en la eternidad. Pida a los líderes de su Iglesia que soliciten de los miembros una ofrenda para los damnificados en Cuba. Ayude a sus hermanos en la fe. Dios lo tendrá en cuenta.
J. A. Monroy es escritor y conferenciante internacional.© J.A. Monroy, ProtestanteDigital.com (España, 2008).
martes, 21 de octubre de 2008
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