miércoles, 29 de junio de 2011

EL AMOR AL PRÓXIMO

Martín Giovani Mejia.


Ante los hechos dolorosos de violencia e irrespeto de los derechos humanos que se viven a diario en nuestro país, hay una respuesta de parte de Dios: Él rechaza categóricamente toda injusticia y todo tipo de violencia; Él ha creado todo por amor al ser humano y nos ha creado a todos para amar. Dios fue educando paulatinamente a la humanidad hacia el amor, nos reveló la plenitud de su amor en Jesucristo y nos dio el mandamiento de amarnos como hermanos.



El Antiguo Testamento y el amor al prójimo



También en este aspecto tan importante de la vida humana, Dios ha educado a su pueblo poco a poco. No comenzó a educar de una vez en la fraternidad hacia todos los hombres, sino en la fraternidad entre los «hijos de Abraham» (¡ya éste era un gran paso adelante en la educación hacia el amor, respecto a las costumbres de ese tiempo!)



El amor mutuo de los hebreos tiene su motivación principal en la «alianza». Él representa un gran deber que ellos tienen respecto de sus paisanos, los que pertenecen al pueblo escogido por Dios en Egipto, que tienen parte como comunidad en el pacto con el Señor. Prójimo no significaba para los hebreos todo ser humano, sino el vecino, el amigo, el paisano. Una descripción minuciosa y precisa de los deberes para con el prójimo como pedía el Señor, se encuentra en el Levítico 19,9-18, que termina así: «No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con pecado por su causa. No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh».



Sobre esto, los hebreos habían recibido de las tradiciones de los patriarcas ejemplos muy hermosos: Abraham y Lot (su sobrino) habían evitado discordias entre sí (Gn 13,5-12; 14,11-16); Esaú se había reconciliado con Jacob (Gn 33,4); José había perdonado a sus hermanos que lo habían vendido (Gn 45,1-8). Por otra parte, ya los textos antiguos hablaban del tremendo castigo infligido por Dios al asesino de su hermano: Caín. La ley de Moisés había unido después a los deberes para con Dios los deberes que tocan las relaciones entre los hombres: el Decálogo era una expresión clara de ello (Ex 20,12-17). La vivencia de la fraternidad tenía entonces sus límites en las fronteras nacionales: los extranjeros eran excluidos del verdadero amor, lo mismo que los pecadores. Aunque en ningún lugar estaba dicho ni escrito formalmente que se debía llevar en el corazón odio hacia los propios enemigos y los pecadores, sin embargo se permitía la venganza contra un asesino (Nm 35,19). Basta recordar además el Salmo 109 (108), en que el perseguido maldice a sus adversarios que le han devuelto mal por bien.



Sin embargo se encuentran también detalles más humanos: «Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos, sino que ayudarás a levantarlos» (Dt 22,4). Fue sobre todo la reflexión sobre la dura experiencia de la esclavitud en Egipto la que les ayudó a abrir el corazón a un amor más grande y comprensivo: «...porque Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al forastero, a quien da pan y vestido. Amad al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto» (Dt 10,17-18). Por eso no debían molestar al forastero, ni oprimir al esclavo, y en cambio debían amar al peregrino.El libro de Jonás luego va a abrirles más la mente para entender la grandiosa misericordia de Dios creador, que ama incluso a ese pueblo enemigo y los invita a actuar de la misma manera.



La voz de los profetas



En tiempos de los profetas el pueblo de Israel estuvo muy lejos de practicar aquellos ideales propuestos por Dios. Los profetas, comenzando por ese provinciano que fue Amós, se lamentan de esa actitud de su pueblo: injusticia, corrupción en los tribunales, explotación del pobre, etc.; ya no es posible confiar en nadie, porque cada uno quiere aprovecharse del otro. Junto con el lamento y la crítica de estas situaciones, los profetas repiten las exigencias de la justicia, de la bondad, de la compasión. Para ellos no se puede agradar a Dios sin respetar a las personas e interesarse sobre todo, por las más débiles.



Los profetas denuncian con palabras durísimas las incoherencias de Israel que dice amar a Dios, dándole culto y realizando celebraciones pomposas, mientras que su vida y su comportamiento está lleno de maldad, corrupción e injusticias. Ese culto hipócrita Dios no lo acepta: «Así dice el Señor: Son tantos los crímenes de Israel, que ya no lo perdonaré. Porque venden al inocente por dinero y al necesitado por un par de sandalias; porque pisotean en el polvo de la tierra la cabeza de los pobres y no hacen justicia a los indefensos; porque padre e hijo se acuestan con la misma muchacha, profanando así mi santo nombre... Odio, desprecio sus fiestas, me disgustan sus celebraciones. Ustedes me presentan holocaustos y ofrendas, pero yo no los acepto ni me complazco en mirar sus sacrificios... Aparten de mí el ruido de sus cánticos, no quiero oír más la música de sus arpas. Hagan que el derecho corra como agua y la justicia como río inagotable» (Am 5,21-25). El profeta Ezequiel declara: «Si un hombre no oprime a nadie, devuelve la prenda al deudor, no roba, da su pan al hambriento y viste al desnudo, si no presta a interés con usura, si evita hacer el mal y es justo cuando juzga, si se comporta según mis preceptos y cumple mis leyes, actuando rectamente, ese hombre es intachable y vivirá, oráculo del Señor» (Ez 18,7-9).



Particularmente fuerte y exigente es el profeta Isaías: Dios rechaza el culto que no proviene de una persona justa y buena con su prójimo: «...Aborrezco con toda el alma sus solemnidades y celebraciones; se me han vuelto una carga inaguantable. Cuando ustedes extienden las manos para orar, aparto mi vista; aunque hagan muchas oraciones, no las escucho, pues tienen las manos manchadas en sangre. Lávense, purifíquense; aparten de mi vista sus malas acciones. Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien. Busquen el derecho, protejan al oprimido, socorran al huérfano, defiendan a la viuda.» (Is 1,10-17). Isaías dice que hay un culto agradable y sincero que Dios sí acepta: «El ayuno que yo quiero es éste: que sueltes las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes.» (Is 58,6-7).



Páginas como éstas se encuentran en todos los profetas y dirigen un mensaje concretísimo y perenne. En ellas también podemos ver reflejada la triste realidad de injusticia y deshonestidad de nuestro país. Sí, ese mensaje es para nosotros... La misma enseñanza la encontramos en los Salmos: «Señor, ¿quién se hospedará en tu tienda? ¿Quién habitará en tu monte santo? El que procede con rectitud, se comporta honradamente y es sincero en su interior; el que no calumnia con su boca, no hace daño a su prójimo ni agravia al vecino... el que no se retracta de lo que juró, aunque resulte perjudicado, el que no presta su dinero con usura, ni acepta soborno contra el inocente» (Salmo 15 [14]); o el Salmo 11,5: «El Señor prueba al justo y al impío, y su alma aborrece al que ama la violencia.»



Un convencimiento común a todos los profetas es que aquel a quien no le importa nada Dios ni su ley, ni su juicio, maltrata a su prójimo, porque no ve la imagen de Dios en él; en cambio, actúa rectamente quien tiene a Dios como la base de su vida, el eje de su acción y escucha su voz. De hecho, si no se tiene una buena base de fe no es posible una vida social humana.



La Palabra de Jesús



Ya Juan Bautista había criticado ásperamente la mentalidad cerrada de los hebreos y su aprecio por la propia raza: «... y no piensen que basta con decir: “Somos descendientes de Abraham”. Porque les digo que Dios puede sacar de estas piedras descendientes de Abraham» (Mt 3,9). Después Jesús dirá que los verdaderos hijos de Abraham son los que creen en él, que es más que Abraham, y escuchan y practican su palabra.



Las palabras de Jesús dicen también: «Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo (Lv 19,18) y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,43-44: todo el capítulo 5 debe ser leído con atención, para descubrir en él el amor nuevo y superior que manda Cristo); «y uno de ellos, experto en la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?” Jesús le contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma (Dt 6,5) y con toda tu mente... El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”...» (Mt 22,35-40).



Para Jesús este mandamiento se inspira en el amor de Dios Padre. Pero Jesús aclara que el Padre del cielo, ya no es el Padre sólo de Israel, sino que su paternidad y su amor se extienden a toda la humanidad, a los buenos y a los malos, a los justos y a los injustos (Mt 5,45-48); Dios ha mandado a su Hijo unigénito a todo el mundo (Jn 3,16ss).



Esa palabra de Cristo se hizo extremadamente clara con la parábola del buen samaritano, que inspira precisamente el plan global arquidiocesano de pastoral, (Lc 10,25-37): para Jesús ningún límite racial debe impedir el amor al prójimo, la caridad y el servicio al prójimo, a cualquiera que nos encontremos en el «camino de Jericó», es decir, en la vida.



Pero Jesús no sólo rompe los límites nacionales y raciales: le da un contenido nuevo al mandamiento del amor al prójimo: «Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado... Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros» (Jn 13.34-35; 15,12ss). Para Jesús además, el amor al prójimo será precisamente el elemento fundamental del juicio final: Mt 25,31-46).



La predicación de los apóstoles



El apóstol Juan dice en su primera carta: «El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1Jn 4,20). El amor a Dios se identifica con la práctica del amor al prójimo; esa es la enseñanza del apóstol Juan. Son bastantes las frases que él trae en su carta sobre el amor, por ejemplo: «Hermanos queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.» «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es un homicida, y saben que ningún homicida posee la vida eterna» (1Jn 3,2.15).San Juan no se queda en el amor abstracto, sino que nos pide imitar lo mismo que hizo Cristo: «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos... Hijos míos, no amemos solamente de palabra, sino con hechos y de verdad.» (1Jn 3,16-18). Se pueden leer los capítulos 3—5 de esa carta que versan sobre la vida como hijos de Dios y las consecuencias que ella trae.



Para Pablo el amor fraterno es la esencia más pura de la ley: «Toda la ley se compendia en esta palabra suya: ama a tu prójimo como a ti mismo» (Gál 5,14). «Con nadie tengan deudas, a no ser la del amor mutuo, pues el que ama al prójimo ha cumplido la ley... El que ama no hace mal a su prójimo; en resumen, el amor es la plenitud de la ley» (Rom 13,8-10).



Para Pablo no existen los límites de nacionalidad ni de raza: «En Cristo no tiene valor la circuncisión la incircuncisión, sino la fe operante mediante la caridad» (Gál 5—6). Cristo reconcilió a los judíos y a todas las naciones; de todos ellos nació un pueblo nuevo. Ya no hay más motivo de división entre los miembros de los pueblos de la tierra, y menos por su condición social (cf. Gál 3,28). En Cristo todos los cristianos formamos un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo; por tanto debemos amarnos unos a otros (1Cor 12,12-27), como «hermanos por quienes Cristo murió» (Rom 14,15).



Siguiendo estas líneas pedagógicas de Dios, en consecuencia uno debe empezar a amar ante todo a las personas más «próximas» (padres, esposo o esposa, vecinos, amigos, compañeros de estudio, de trabajo, etc.) sin excluir a ninguno, ni siquiera a las personas molestas.



En 1 Corintios 13, Pablo enseña ampliamente en qué consiste concretamente el amor al prójimo por amor a Cristo. En los capítulos 12 y 14 que rodean a este capítulo 13 Pablo enseña que el amor cristiano construye la Iglesia más que cualquier otro carisma del Espíritu Santo, es el «camino» principal e indispensable para el crecimiento de la Iglesia. A eso hay que apuntarle, más que a cualquier otra cosa. Una vez se me acercó una señora para decirme que se sentía una «santa envidia» hacia otra señora, miembro de un grupo de oración, porque aquella «hablaba en lenguas» y ella no, y preguntaba qué debía hacer para lograrlo. Yo le respondí: «Tranquila, señora. ¡Me parece hasta mejor que no hable en lenguas, para que no tenga de pronto la tentación de vanagloriarse! Hay algo mucho más importante que eso: el AMOR. A esa virtud sí hay que aspirar y pedir ese don con insistencia, pues si en algo hay que competir es en el amor, dice san Pablo. Lo otro es secundario.» En efecto, el mismo Pablo escribe: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo AMOR, soy como campana que suena o platillo que retumba...» (1Cor 13,1ss).



En los otros escritos del Nuevo Testamento hay numerosos ejemplos de cómo los cristianos practicaban la caridad. Ejemplos que van desde la amistad, la recolecta de limosna para ayudar a la comunidad necesitada de Jerusalén, por medio de la oración, de la celebración de la eucaristía, compartiendo con alegría sus bienes y las cosas sencillas de la vida. De esos ejemplos concretos podemos aprender mucho. Haciendo eco finalmente a las palabras de Jesús, la señal por la que nos identificarán como discípulos del Señor y creyentes en Dios es el amor. Ese es el camino de transformación de la sociedad y de la humanidad.

Martín Geovani Mejia



1 comentario:

Rodolfo Plata dijo...

CRÍTICA AL PROFETISMO JUDÍO DEL ANTIGUO TESTAMENTO: La relación entre la fe y la razón expuesta parabolicamente por Cristo al ciego de nacimiento (Juan IX, 39), nos enseña la utilidad del raciocinio para hacer juicio justo de nuestras creencias, a fin de disolver las falsas certezas de la fe que nos hacen ciegos a la verdad. Lo cual nos lleva criticar el profetismo judío o revelación, utilizando como tabla rasa los principios universales del saber filosófico y espiritual. Método o criterio que nos ayuda a discernir objetivamente la verdad o el error en los textos bíblicos analizando objetivamente los aspectos que integran la triada preteológica: (la fenomenología, la explicación y la aplicación, del encuentro cercano escritos en los textos bíblicos). Enmarcado la experiencia mística en el fenómeno de la trasformación humana, abordado por la doctrina y la teoría de la trascendencia humana conceptualizada por la sabiduría védica, instruida por Buda e ilustrada por Cristo; la cual concuerda con los planteamientos de la filosofía clásica y moderna, y las respuestas que la ciencia ha dado a los planteamientos trascendentales: (psicología, psicoterapia, logoterápia, desarrollo humano, etc.). Discernimiento que nos aporta objetivamente las pruebas que nos dan la certeza que el profetismo judío o revelación bíblica es un mito que nada tienen que ver con el mundo del espíritu. Vg: la conducta de los profetas mayores (Abraham y Moisés), no es la conducta de los místicos; la directriz del pensamiento de Abraham, es el deseo intenso de llegar a tener: una descendencia numerosísima, un país rico como el de Ur, deseos que son opuestos al despego por las cosas materiales que orienta a los místicos; la directriz del pensamiento de Moisés es la existencia de Israel entre la naciones a fin de llegar a ser la principal de las naciones, directriz que es opuesta a la vida eterna o existencia después de la vida que orienta el pensamiento místico (Vg: la moradas celestiales abordadas por Cristo); el encuentro cercano descrito por Moisés en la zarza ardiente describe el fuego fatuo, el pie del rayo que pasa por el altar erigido por Moisés en el Monte Orbe, describe un fenómeno meteorológico, el pacto del Sinaí o mito fundacional de Israel como nación entre las naciones a fin de gobernar y unir los doce tribus en una sola nación y hacer de Israel la principal de las naciones por voluntad divina, descripciones que no corresponden al encuentro cercano expresado por Cristo al experimentar la común unión, la cual coincide con descrita por los místicos iluminados: “El Padre y Yo, somos una misma cosa”. Y miles de incongruencias más. http://www.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD